lunes, 20 de agosto de 2007

CUENTOS CORTISIMOS

El lobo y la gallina
(texto onírico)

Un lobo precisó una gallina. Una gallina obesa con enorme pico color del dátil. El lobo se acerca a la descomunal ave, ojos fijos, vidriosos, el pelambre húmedo adherido a su famélica figura.
Y el plumífero le arranca pequeños trozos de ojo, de nariz, de hocico aguanoso, de belfo fiel.
Un hombre que lee un periódico en un escaño, con traje azul y cabeza desaparecida tras la inmensa hoja del matutino, cruza una pierna, apretándose el cuerpo en ese acto salvaje; su luctuoso zapato negro es resistente utensilio comprimiéndole la ingle, como un braguero.
El lobo, entretanto, sigue precisando la amorosa gallina. Fijo allí, a la inefable ave se aproxima, imperturbable, pese a ella, que a enormes picotazos, le va abriendo la piel color castaña, surcándola de epitelios rosados; el esqueleto blanquecino comienza a emerger estriado de sangre, reluciendo el brillo negro del iris, mientras las enamoradas patas avanzan hacia ella.
Quilpué, noche de 1973.
La mirada
Me clavó su mirada verde azul. Era mirada primigenia de adán solo en el pozo negro, en la selva gris de árboles decapitados, de baco exilado en el desierto entre eremitas pálidos como flores de heno. Y me dijo así que quería el mar lanzando sus arpegios y debatiéndose entre dos rocas azules coloreándose, ensangrentándose. Y más me dijo, de las noches como papeles tapeándole la boca. Y apareció su sudor solo llegando hasta la acera. Sus miles de horas con esos codos de la asfixia. Y le capté también sus días en su celda de loco, con las papilas colgándole de los techos cuyas exudaciones le quemaban la piel y sin que nadie comprenda. Y ellas mueren. Pero no termina el proceso y ahora son ventosas, pólipos capaces de engullirlo. Brisa. Brisa sobre un rincón húmedo del bosque y su lengua adentrándoseme como una ola de miel en sus dientes milagrosamente albos. Su voz confundiéndose con los gorjeos. Paroxismo y el premio de la vida.
1987
Cine
Apareció la punta ubérrima desde los bucles verdes del viejo y añoso terciopelo. En la penumbra del sudor azul fosforescente y del brillo amatista de los ojos. Y le dio la luz azulina en ese punto de fuego vaporoso. Los ojos que venían eran así de gomosos. Súcubos. Para aplastar flores y derribar tierras. Dejar que se evapore el mar y proseguir adentrándose al útero.
Pero nadie había para la tempestad redonda bajogéneros que debataríase como ninguna ala o vuelo de alas cayendo en un torbellino. Nadie había y lanzó su aceitoso parpadeo hacia adelante, hacia la pantalla que daba su cuota de gritos multicolores - sombras, sólo sombras coloreadas, partículas - y cayó bajo el rizo fofo de chantilly de yeso donde se arrollaba una vieja borla bajo el rótulo ESCAPE.
1973
Exposición
Podría quedarse solo, el único. Alto y lánguido como pájaro de invierno. Tibio. Más que tibio. Sumido en un abrigo negro como abrazado por pétalos malditos, algas de lagunas muertas, lirios de sombras sempiternas. Y era albo, álbico su perfil de dios triste; tal si ya supiera su destino de ser el último hombre detenido sobre el tapete de baldosas negras y blancas, enormes. Y él se va despojando de sus ropas decimonónicas, y aparece rubio, núbil, desnudo como toda flor, y lanza su rictus, su acto genérico ya sin hombres...
Marzo, 1987

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